¿A dónde voy y cuando llegaré?, El poder del karma por Alexiis Salvador
Cuentos de hadas… mitos… sagas épicas de hazañas realizadas por valientes aventureros…
Estos relatos familiares
y queridos, con todos sus fantásticos detalles, ejercen hechizo sobre
nosotros una y otra vez, generación tras generación. Sin que importen
las circunstancias de nuestra vida, nos hablan, nos atraen, nos
arrastran porque en verdad son nuestra propia historia. Mediante
metáforas simbólicas, nos describen a ti, a mí y a nuestra gesta
heroica: un viaje en el cual nos vemos separados de nuestra Fuente y
obligados a expandirnos por medio de la experiencia, a superar
tentaciones, despejar engaños y dominar los defectos de nuestro
carácter, hasta que retornamos al hogar, esclarecidos.
Estos relatos suelen
comenzar presentando un muchacho común, quizás algo tonto o un joven
noble que, no obstante, debe demostrar su temple. Con mucha frecuencia
es el menor de tres hermanos y, por lo tanto, el más inocente, ingenuo y
lleno de optimismo. Nuestro protagonista abandona el hogar para
abrirse camino en el mundo y buscar fortuna.
Muchas veces comienza su
gesta a fin de prestar alguna ayuda al padre, así como nosotros
encarnamos para ayudar a la expansión del alma.
En “El pájaro del
fuego”, cuento favorito de los rusos, el príncipe Iván, hijo menor del
rey, parte en busca del Pájaro del Fuego, que ha robado manzanas de oro
de la huerta de su padre. Como casi todos los protagonistas de esos
relatos (y casi todos los seres encarnados) la búsqueda se inicia con
bastante sencillez, pero pronto sus actos lo embrollan en una serie de
aventuras peligrosas. El príncipe llega a un cruce de rutas indicado por
una piedra, cuya inscripción reza:” Hacia delante para buscar esposa,
hacia la izquierda para que te maten y hacia la derecha para perder tu
caballo”. Al pensar que aún no es tiempo de buscar esposa y sin deseos
de morir, gira hacia la derecha.
Más tarde, al despertar
de una siesta, descubre que su caballo ha desaparecido. Un lobo gris
admite de haber devorado su caballo, pero se ofrece de tomar su lugar,
llevar al príncipe en su lomo y actuar como fiel sirviente.
El lobo lleva al
príncipe hasta el Pájaro de Fuego y le advierte que sólo debe tomar el
ave, pero no su jaula de oro. El príncipe Iván no puede resistir la
tentación de tomar la jaula; suena una alarma y lo atrapan. El rey,
dueño del Pájaro de Fuego, exige que el príncipe le traiga, a cambio de
su libertad, el ave y la jaula, al caballo de crines de oro.
El dilema del príncipe
corre paralelo con lo que ocurre cuando el alma se abre paso entre los
peligros de la encarnación. Cada experiencia necesaria crea
inevitablemente consecuencias o karma que es preciso resolver; por un
tiempo largo y cansador se producen furiosas batallas en regiones
peligrosas y aparecen dificultades que es preciso dominar para que la
parte encarnada del alma, como el vagabundo del cuento, pueden volver al
hogar.
El príncipe Iván parte,
pues, en busca del caballo, no sus arreos de oro. Pero el príncipe no
puede resistir la tentación de tomar los arreos, suena una alarma y el
furioso rey, dueño del caballo, exige al príncipe que, a cambio de su
libertad, el caballo y sus arreos de oro, Iván le traiga la Bella Helena
para desposarla.
Cada uno de estos
desafíos equivale al elevado precio pagado por las experiencias del alma
en el plano terrestre. Estas experiencias producen consecuencias, karma
que, como la tarea a la que se enfrenta nuestro príncipe, debe ser
enfrentada y superada, so pena de que se interrumpa todo el progreso.
Pueden ser necesarios muchos intentos del príncipe Iván, muchas vidas
por parte del alma, para superar esos desafíos.
En la mayoría de los
relatos míticos, nuestro protagonista se ve tentado, atrapado,
desafiado; hace frente y supera diversas dificultades y, por lo tanto,
va ganando experiencia, confianza y madurez, hasta convertirse en un
héroe, en un verdadero superhombre.
Pero al aumentar sus
poderes también aumenta su temeraria arrogancia. En la cima de su fuerza
cae en una trampa o sufre una herida tal que no bastan su inmensa
fuerza y valor para salvarlo. Ha logrado tanto y superado tantas cosas,
para finalmente encontrarse del todo inerme. Así ocurre con el príncipe
Iván.
Tras haber robado no sólo el Pájaro de
Fuego, sino también el caballo y a la Bella Helena, agradece al lobo
toda su ayuda, sin prestar atención a sus advertencias de que aún puede
ransfotar ayuda. Ufano en su confianza, en el trayecto de retorno al
hogar decide detenerse a descansar. Mientras él y la Bella Helena
duermen, pasan sus dos hermanos y, al verlo con el Pájaro de Fuego, el
caballo de crines doradas y la Bella Helena, deciden matarlo; uno se
apodera del caballo y el ave; el otro, de la Bella Helena.
El príncipe Iván yace muerto en la
llanura por noventa días, hasta que el lobo ve su cadáver y soborna a un
cuervo para que le traiga las aguas de la muerte y de la vida. Con las
aguas de la muerte cura las heridas del príncipe. Con las aguas de la
vida, lo reanima.
-A no ser por mí- le dice el lobo-, habrías dormido para siempre.
Y así el lobo, ese ser poderoso que ha
acompañado al héroe desde el principio de su viaje hasta el final,
vigilándolo, guiándolo, permitiendo que fuera castigado y templado por
la derrota para devolverle por fin la salud, lo lleva a casa de su padre
y hacia los tesoros que son el don de su gesta.
Todos estos cuentos describen nuestro
viaje por la encarnación en el plano terrestre, bajo la guía del alma.
Esotérica y místicamente, el alma se considera femenina. El casamiento
del héroe con la hermosa doncella o princesa representa el cierre del
ciclo, al unir al buscador con el alma.
Desde la ingenua inocencia, a través de
pruebas de valor, hasta la sabiduría y la perfección finales, el viaje
del héroe es nuestro viaje. Se entiende, pues, que jamás nos cansamos de
estas antiquísimas leyendas del bravo viajero que, tras peligrosas
expediciones en tierras lejanas, donde se enfrentó a enemigos, perdiendo
y ganando batallas, retorna victorioso al hogar.
LA FINALIDAD DE LA INCERTIDUMBRE
Mientras estamos
encarnados, uno de los grandes desafíos es no saber adónde vamos, mucho
menos si llegaremos o no. En este punto de coyuntura crítica en el que
somos más introspectivos y más sensibles a los sufrimientos propios y
ajenos, debemos luchar constantemente, no sólo con esas difíciles
condiciones exteriores a las que nos enfrentamos, sino también con todas
nuestras dudas y miedos interiores.
Quizás te preguntes por
qué todo debe ser tan difícil. El proceso sería mucho más eficiente si
se nos asignaran las tareas y pudiéramos cumplirlas directamente.¿Por
qué agregar a nuestras cargas el misterio, la búsqueda ciega del rumbo?
¿Por qué no se nos permite saber?
En períodos tales muchos
buscamos el asesoramiento de psíquicos, astrólogos y personas hábiles
en el arte de la adivinación. Que esas consultas sean o no acertadas y
útiles depende de diversos factores: de la capacidad del psíquico y el
grado de afinamiento que logre ese día; del entendimiento energético
entre nuestros Guías y los del psíquico (porque en una buena lectura, lo
que nuestros Guías puedan comunicar a los del psíquico es lo que este
nos traduce); de que el desarrollo espiritual del psíquico pueda
adecuarse al material espiritual que se nos comunique; de que alguna
parte de la lectura nos haga sentir amenazados al punto de
distorsionarla o ignorarla, y por fin, de que sea o no el momento
adecuado para que sepamos más, para reconfortarnos con la promesa de
mejores cosas por venir, o de que debamos continuar en la oscuridad por
algún tiempo más.
Cuando buscamos una
comprensión más clara de los planes que nuestra alma tiene para nuestra
encarnación actual, cuando queremos entender mejor y colaborar con la
voluntad de Dios, estamos ejerciendo la única razón valedera para
estudiar las ciencias ocultas o para consultar quienes lo hacen. Pero
cuando tratamos de usar dones psíquicos y poderes ocultos, propios o
ajenos, para permitirnos un capricho, estamos usando magia negra y nos
arriesgamos a postergar nuestra iluminación, en vez de facilitarla. Y
debemos recordar, por supuesto, que la habilidad y la ética de los
psíquicos varía mucho, como entre los miembros de cualquier otra
profesión.
En este aspecto de la
vida, como en todos los demás, debemos utilizar el discernimiento cuando
consultemos a alguien sobre nuestro destino y futuro. Pero también
debemos reconocer que hay momentos en los que nadie, por muy bien dotado
que esté, puede ayudarnos a ver lo venidero, pues hacen falta las
esperanzas y los miedos que operan sobre nosotros y profundizan nuestro
carácter y maduran nuestra conciencia.
Si eliminas la ansiedad
causada por no conocer el resultado de una cierta situación, tam-bién
desaparece toda tu motivación. Pagamos un precio muy alto en el aspecto
emocional al no saber si una situación dada terminará como deseamos o
como tememos. Pero saberlo por anticipado también cuesta un precio: el
allanamiento de nuestras emociones, puesto que la euforia de la
esperanza, la expectativa y el fuerte impulso del deseo pierden su
importancia. Cuando ya sabemos el resultado de cualquier situación
desafiante, ya nada nos espolea para esforzarnos y crecer. En realidad,
eso ya no puede considerarse un desafío. Es, simplemente, un hecho más a
vivir.
Ahora imagina que,
además de conocer el resultado de la partida, también sabes si obtendrás
la beca y cómo será tu vida en adelante, en todo detalle, incluyendo
las circunstancias de tu muerte. Toda tu vida es como un libro ya leído.
Así no habrá golpes desagradables, pero tampoco sorpresas felices: sólo
un despliegue de hechos en secuencia, a lo largo de los años…
¿Percibes el peso de ese
conocimiento? ¿Ves de qué modo privaría de efervescencia a todas las
ocasiones gozosas el saber, por anticipado, que tras ese paso
centelleante te tocaría hollar la siguiente desgracia?
No: debemos avanzar por
la vida a ciegas o no avanzar en absoluto, porque si supiéramos nos
resistiríamos. Trataríamos de esquivar los episodios penosos, evitar las
relaciones difíciles, prevenir las catástrofes. Y eso equivaldría a
esquivar, evitar y prevenir nuestra propia evolución, provocada
justamente por esas experiencias y los cambios que deberíamos asumir
para darles cabida.
Todo héroe lo es porque
se enfrenta con valor a lo desconocido hasta que, después de grandes
esfuerzos, acaba por prevalecer. A veces tiene una espada mágica o un
corcel fabuloso que le prestan una ayuda adicional en su batalla contra
ogros y dragones. Nosotros también podemos utilizar todas las
herramientas útiles que hallamos para ganar fuerzas: la plegaria y la
meditación, una disciplina espiritual, literatura inspiradora, el apoyo
de un grupo de pares que estén lidiando con problemas parecidos a los
nuestros.
Y podemos recordar que,
en todas nuestras luchas con la vida, en todas nuestras batallas con las
dudas y el miedo, aun cuando creemos estar fracasando, cada intento de
hallar el camino nos hace crecer espiritualmente y prueba nuestro
heroísmo.
EL DESARROLLO HUMANO DEL NACIMIENTO A LA MUERTE
Todo el proceso de
avance hacia fuera y retorno al hogar está demostrado, en el
micro-cosmos, en el desarrollo del ser humano durante una sola vida.
Nacemos y pasamos el
primer período de vida concentrados sobre todo en dominar nuestro
vehículo físico. A medida que obtenemos una mayor destreza, vamos
transfiriendo nuestra atención al mundo más amplio, con sus tentaciones,
oportunidades y desafíos. Sentimos el poder de nuestra personalidad en
desarrollo y comenzamos a tomar decisiones, a actuar. Con el
desarrollarse de las consecuencias vamos ganando experiencia.
Sin embargo, el proceso
deja sus huellas. En el camino sufrimos chichones, cardenales y también
algunas heridas profundas, tanto en el cuerpo físico como (lo más
importante) en los niveles profundos, donde moran las emociones y los
pensamientos. Estos chichones, cardenales y heridas son parte inevitable
y hasta necesaria de la experiencia de la vida, rica fuente de
aprendizaje, comprensión y crecimiento.
Pero el dolor y las
cicatrices que los acompañan causan siempre algún grado de deterioro y
hasta paralización de las zonas afectadas. Todo deterioro sufrido, ya
sea físico, emocional o mental, a menos que se lo cure, tiende a durar
toda la vida, tornándonos con frecuencia más rígidos, fijos y
petrificados con el tiempo.
En una etapa posterior
de la vida llega un punto de reorientación. A medida que nuestro cuerpo
físico empieza a fallar, disminuye la atracción que tiene el mundo
exterior sobre nosotros. Cada vez nos volvemos más hacia adentro o, si
lo prefieres, hacia arriba. Empezamos a ocuparnos de lo que
habitualmente llamamos intereses espirituales.
Con frecuencia aparece
una profunda necesidad de hallar sentido a la vida y también de atar
algunos cabos sueltos, curar brechas y enemistades antiguas, desechar
viejos rencores y buscar reconciliaciones. Reemplazar nuestro anterior
apetito por experiencias más numerosas y amplias es un anhelo de paz,
tanto interior como exterior, y de eliminar todo lo que impida esa paz,
incluyendo por fin al cuerpo físico.
¿CÓMO DISEÑAMOS UNA ENCARNACIÓN?
Toda encarnación tiene
raíces en lo que ha sucedido en el pasado, pero sobre todo en el
episodio inmediatamente anterior en la vida terrestre. A través de
nuestras incontables encarnaciones tempranas, el principal propósito de
nuestra existencia aquí es acumular experiencia del plano físico. Más
adelante asumimos encarnaciones a fin de comprender y, en caso
necesario, curar lo que se ha experimentado.
Cada vez que, al morir,
abandonamos el cuerpo físico, se produce una revisión de la vida recién
terminada. Aquellos que han sufrido experiencias de muerte momentánea
describen esta revisión de la vida como un repaso objetivo, libre de los
dictados de la personalidad. De esta manera, podemos identificar con la
ayuda de nuestros Guías, que generalmente son nuestras propias
encarnaciones terminadas actuando bajo la dirección de nuestra alma,
aquello a lo que más deberemos dedicarnos a continuación.
Se nos ayuda a aislar
los tres factores condicionantes principales que definirán la esencia de
nuestra encarnación siguiente. Establecemos las circunstancias
necesarias para la próxima misión y concebimos el diseño del vehículo
físico, astral y mental con el cual la ejecutaremos. Esto es como
decidir, al terminar un año lectivo, qué cursos elegiremos cuando
volvamos a los estudios y a asegurarnos de disponer el equipo necesario.
El primero de estos
factores condicionantes es la naturaleza del ambiente físico en el cual
encarnaremos a continuación. Todos reconocemos que la cultura general,
el medio social y la posición, las aficiones y las actividades de la
familia en la que nacemos ejercen una poderosa influencia sobre nuestro
desarrollo. También, si entendemos que este campo de experiencia se
elige antes de la encarnación, porque proporciona el fundamento
requerido para las tareas que nos hemos fijado, comprenderemos que no
hemos sido víctimas ni favoritos del Destino. Por el contrario, estamos
en el medio requerido para dirigirnos hacia las metas de esta
encarnación.
El segundo factor determinante es el grado de refinamiento y los puntos fuertes y débiles del cuerpo físico.
Esotéricamente se enseña que el factor más kármico de toda encarnación
es el cuerpo físico, su sistema nervioso. Elegimos el cuerpo que se
adecue mejor al trabajo de cada vida. El sistema nervioso de
cada uno, que nos hace interpretar el mundo de un modo propio y
ransforrístico, estructura profundamente cada una de nuestras
experiencias y, por lo tanto, nuestra visión general de la vida. Las
habilidades naturales determinan nuestra línea de menor resistencia,
llevándonos a acentuar las actividades y aficiones que nos resultan
fáciles, mientras que nuestros puntos débiles impiden otras empresas.
El tercer factor es la
composición del cuerpo astral o emocional, que determina qué y quién va a
atraernos y, al mismo tiempo, a qué y a quién atraeremos. Este cuerpo
emocional se vincula con nuestras percepciones del mundo que nos rodea
mediante el sistema nervioso. Los sentidos físicos del tacto, el gusto,
el olfato, el oído y la vista interpenetran el medio de un modo
condicionado y teñido por el cuerpo emocional.
De la misma manera que
el cuerpo emocional afecta, por vía del sistema nervioso, el modo en que
experimentamos cada dimensión del miedo, a su vez el medio se ve
afectado por cada dimensión de nuestro ser en su totalidad. Aunque no
tengamos conciencia del hecho, los seres humanos nos percibimos
mutuamente como paquetes completos de energía. Cada plano de nuestra
aura, cada uno de nuestros cuerpos sutiles, responde a la
correspondiente dimensión energética de otra persona. Y estas respuestas
son emocionales.
Mediante las atracciones
gobernadas por el cuerpo emocional buscamos y somos buscados por
aquellos con quienes tenemos asuntos pendientes de determinada
existencia o, tal vez, de vida en vida: son quienes forman nuestro grupo
kármico. Este grupo puede incluir o no nuestra familia de origen, pero
siempre incluye a las personas con quienes tenemos vínculos importantes,
capaces de cambiarnos la vida.
EL EJERCICIO DEL LIBRE ALBEDRÍO
Así llegamos a la
existencia en el plano físico con algo similar a una agenda, para la
cual nos hemos preparado mediante experiencias anteriores en existencias
previas. Esta agenda está expresada en nuestro medio y nuestro
equipamiento físico, emocional y mental. En realidad, es durante el
período entre dos encarnaciones cuando más ejercemos nuestro libre
albedrío, pues entonces es cuando determinamos, con ayuda de nuestros
Guías, las condiciones y las zonas de acentuación para nuestra próxima
estancia en la Tierra.
A lo largo de una
existencia dada, cada una de nuestras elecciones disponibles existe
dentro de estos parámetros previamente determinados, que resultan, a su
vez, de la historia de nuestras encarnaciones pasadas. Debemos trabajar
siempre con lo que hemos sido, según evolucionamos hacia lo que ansiamos
ser.
RESONANCIA MORFOGENÉTICA Y CICLOS CURATIVOS
Cuando llega el
momento de regresar al plano terrestre, el alma compone los cuerpos
mental y emocional para la próxima encarnación, a partir de una materia
que exprese las grada-ciones vibratorias presentes en esos cuerpos al
final de la última encarnación.
Como es muy raro que no
aprendamos algo de cada estancia aquí y como siempre llevamos con
nosotros todo lo logrado, es seguro que evolucionaremos en vez de
involucionar. Lo que ha mejorado tiene sus componentes energéticos en
esos cuerpos emocional y mental, así como todo lo que permanecía
bloqueado o distorsionado en el momento de la muerte.
Una vez más, la
situación se parece a una escuela. Todo lo que ya hemos aprendido forma
automáticamente parte de nosotros y debemos concentrarnos en lo que
debemos aprender a continuación. Literalmente, corporizamos nuestras
lecciones siguientes, pues todo lo que debe curar en lo pasado tiene su
equivalente energético en uno u otro de nuestros cuerpos presentes. Más
aun: todo lo que siga distorsionado en nosotros atraerá más de lo mismo.
Esto ocurre porque los campos de energía similares se atraen entre sí,
mediante un principio que Rupert Sheldrake llamó “resonancia ransform.
cas”.
Para expresar esto de otro modo: atraemos a nuestro karma y nuestro karma nos atrae. Automáticamente las
personas, los hechos y las circunstancias que se adecuen o reflejan
nuestras distorsiones, se ven atraídas hacia nuestro campo energético y,
de ese modo, dan forma a nuestra experiencia de vida. Mediante esas
transacciones, llamadas “ciclos de curación”, se nos brinda la
oportunidad de mejorar o, si resistimos, de empeorar.
COMO FUNCIONAN LOS CICLOS DE CURACIÓN
Ya mejoremos, ya
empeoremos, cada una de esas transacciones constituye un ciclo de
curación, pues nos impulsa a través de nuestra distorsión. Y el entrar
más profundamente en la distorsión aumenta la posibilidad de que
terminemos por rendirnos y emerger.
Esto vale para todos
nosotros. Durante una encarnación, la vida es como un tren sobre sus
vías. Podemos decidir cuándo detenernos, dónde y por cuánto tiempo.
Hasta podemos optar por retroceder. Pero el rumbo que tomará nuestro
viaje está fijado. La única cuestión verdadera es con qué celeridad
llegaremos a destino.
Resistirnos a la
curación es una de las pocas opciones importantes de libre albedrío que
tenemos en una encarnación. Mientras resistamos, la distorsión o el
bloqueo seguirán creciendo, pues acumula más y más energía ligada con
más y más experiencia.
Con el correr del tiempo
(esto requiere a veces vidas enteras, pero el alma cuenta con toda la
eternidad) el mismo peso o masa de la distorsión llega a aplicar presión
suficiente para obligar a un cambio. Por fin quedamos exhaustos y nos
derrota nuestra obsesión por el dinero, los bienes materiales, el poder,
la fama, el orgullo, la vanidad, la victimación o lo que sea. Al
derrumbarnos bajo el peso de la obsesión o el engaño nos vemos
paradójicamente devueltos a la integridad, una vez que nos reconocemos
derrotados.
FALSOS DIOSES Y CICLOS DE CURACIÓN
La exhortación bíblica
“No adorarás a otros dioses más que a mí”, se refiere a nuestra relación
con nuestra propia alma. Todo lo que se interpone en la marcha de esa
relación, todo lo que adoremos en su lugar, es un falso dios, una imagen
que generalmente arrastramos de vida en vida y que nos ha apartado de
nuestra naturaleza más elevado, por lo tanto, tarde o temprano debe ser
destruida.
Nuestro cuerpo emocional
atraerá hacia nosotros, de entre un vasto mar de desconocidos, a las
personas y las situaciones más adecuados para ayudarnos a avanzar a
través de nuestros distorsiones.
Los ciclos de curación
reintroducen temas no resueltos en vidas anteriores, una y otra vez,
hasta que se produce el descubrimiento. Cuando la conciencia es completa
ya no resulta necesario continuar con los ciclos de curación en una
dirección dada.
Mediante el principio de
atracción entre similares en el plano energético, tenemos una
exposición básica del karma personal, familiar y grupal en acción.
¿PARA QUE SIRVE EL DOLOR?
El alma nos da
alternativa, sabe lo que necesitamos experimentar y diseña los cuerpos
físico, emocional y mental que, juntos, conformarán nuestro siguiente
vehículo para la existencia en el plano terrestre. Estos cuerpos nos
hacen atraer las experiencias necesarias sin consentimiento consciente.
El alma sabe también
que, en último término, aunque pueda demandarnos muchas vidas, el valor
de las lecciones que hemos aprendido y la conciencia alcanzada
sobrepasará ampliamente los sufrimientos soportados. Además, el
sufrimiento se esfuma de la memoria, como los dolores de parto una vez
nacido el bebé; de lo contrario, sus efectos duraderos se pueden
elaborar más adelante, mediante ciclos de curación.
Pero, todo progreso de
conciencia alcanzado durante la existencia en el plano terrestre pasa de
encarnación en encarnación, pues se acumula en nuestros cuerpos
sutiles. Se lo puede reestimular con bastante facilidad en una
encarnación subsiguiente, una vez que alcanzamos suficiente madurez
física, emocional y mental. Esto explica por qué gran parte de nuestro
aprendizaje subjetivo encierra un “!Aja¡”:es que traemos de regreso a la
conciencia alguna verdad que ya estaba almacenada en lo profundo de uno
mismo.
¿EN QUE SIRVEN LAS HERIDAS DE LA EVOLUCIÓN?
A veces las heridas nos
empujan hacia el camino que el alma nos quiere hacernos tomar y al que
la personalidad se resiste. Otro modo de decir esto es que una herida
puede crear la presión necesaria para que avancemos en un ciclo de
curación.
En la época actual, que
confiere tanto atractivo a dones psíquicos, tendemos a suponer que
cualquier persona dotada de esas habilidades debe de tener una
conciencia muy elevada. Esto no es más acertado que atribuir una gran
evolución espiritual a quien tiene un don innato para la música, la
pintura o la matemática superior. Cualquier don que nos hace sobresalir
(una gran belleza, el talento, la inteligencia, la fuerza atlética o lo
que sea) es en verdad una prueba. Cuanto mayor es el don, mayor desafío
de usarlo con responsabilidad, pese a las oportunidades y las
tentaciones de hacer lo contrario.
ATENDER DEFECTOS DE CARÁCTER A TRAVÉS DE LAS HERIDAS
Las heridas y los
defectos de carácter están estrechamente relacionados. A veces sufrimos
una herida por un defecto de carácter que acerca a nosotros cierto tipo
de personas y de hechos. En otros casos, la herida puede no resultar de
un defecto de carácter, pero aun así es un medio de atender y superar
fallas semejantes.
Analicemos por un
momento las oportunidades que nos proporcionan las diversas heridas para
atender particulares defectos de carácter. Si nos sentimos faltos de
amor, por ejemplo, el verdadero problema puede estar en nuestra obsesión
egocéntrica, nuestra exigencia de que nos presten atención. Si estamos
desfigurados, quizás estemos aprendiendo a basar nuestro valer en algo
que no sea el aspecto físico. Si sufrimos una desventaja económica, tal
vez estemos atendiendo un arraigado hábito de codicia. Nuestra lección
es, por lo tanto, aprender a compartir lo poco que poseemos, pues
compartir es la base de la prosperidad saludable.
Todos estos ejemplos
están simplificados. En la mayoría de los casos, tanto la expresión de
nuestros defectos como las situaciones por los que debemos atenderlos
son muy poco personales. No vayas a pensar, por ejemplo, que todos los
pobres lo son para curarse de la codicia. Al fin y al cabo, juzgar al
prójimo también es un defecto de carácter.
Puesto que los defectos
de carácter se desarrollan y ahondan a lo largo de muchas vidas, pueden
ser necesarios varias encarnaciones para convertirlos en virtudes. Pero
con el cultivo de cada una de estas virtudes nuestro egocentrismo es
reemplazado por una actitud que toma en cuenta el bienestar del prójimo.
Desarrollar esta conciencia de grupo es una de las tareas básicas a
las que se enfrenta, tarde o temprano, toda alma en encarnación
individual. Inevitablemente atraemos hacia nosotros la presión y las
oportunidades que nos permiten hacerlo.
DESCUBRIR LA VERDAD MEDIANTE EL TRAUMA
Con respecto a las vidas
pasadas debemos recordar siempre que nuestro único interés válido es el
de nuestra vida actual. Ella contiene todo lo que debe interesarnos
Buscar revelaciones sobre vidas pasadas por pura curiosidad es, cuanto
menos, un gusto caprichoso y totalmente insalubre. Es preciso ocuparse
de los temas, las presiones y los defectos de carácter que uno tiene en
el presente. Sólo cuando hayamos superado hasta cierto punto los
defectos de carácter puede sernos útil conocer los detalles de las vidas
pasadas que vengan al caso. De lo contrario, no servirán más que para
distraernos de nuestros desafíos actuales o como excusa para no
enfrentarlos.
Una ley espiritual
pertinente establece que, cuando llega el momento adecuado, lo que
meditamos debemos saber nos será revelado sin esfuerzo alguno de nuestra
parte. Es prudente confiar en que el alma sabrá elegir el momento y el
método para efectuar esas revelaciones. Gran parte de lo que atribuimos a
la casualidad, al azar, es en verdad la obra sutil del alma. A veces
nuestra captación proviene de algo tan simple como una conversación
entre dos desconocidos oída por casualidad. Otras veces estamos leyendo
un libro o viendo una película y de pronto vemos, sabemos. Puede ocurrir
que, mientras o soñamos, algo se mueve en nosotros y surja una
captación que no podríamos expresar con palabras. Pero nos vemos
cambiados de alguna manera profunda e irrevocable.
¿Todo ocurre por
casualidad, pues? ¿No hay nada que podamos hacer para facilitar un
proceso esencialmente divino?
Podemos pedir, podemos
rezar pidiendo comprender nuestra herida, su finalidad, su lección.
Podemos orar pidiendo fuerzas para no resistirnos a sus enseñanzas, pues
cada vez que nos negamos a ocuparnos de nuestros defectos de carácter,
estos empeoran en vez de desaparecer. Entonces se hace necesario otro
ciclo de curación.
El pedir no asegura que
recibamos una respuesta inmediata que nos sea comprensible. Tampoco es
promesa de que el dolor de la herida desaparecerá de inmediato. Pero si
pedimos humilde y seriamente, avanzamos hacia el don de nuestra herida y
nuestra propia iluminación.
NUESTRA ALMA
LA ADVERSIDAD SEGÚN LA VISIÓN DEL ALMA
Dondequiera que vemos la adversidad, el alma ve la oportunidad de cura, expansión y esclarecimiento.
Carl Jung hizo una
observación penetrante:”La vida de una persona es característica de esa
persona”. Nuestros dilemas, nuestros dificultades y aprietos, junto con
nuestro modo de enfrentarlos y resolverlos, definen quiénes somos, por
qué estamos aquí y qué tratamos de alcanzar mediante la existencia en el
plano terrestre.
Con demasiada
frecuencia, la personalidad juzga el valor individual por la posición
social, la seguridad y las señales exteriores de triunfo material; el
alma, en cambio, brinda pistas al temple del individuo a través de las
tareas y los desafíos que le asigna.
Creemos erróneamente que
la meta está constituida por felicidad, comodidades, seguridad y
posición social, pero el alma tiene planes muy distintos. A ella no le
importa el sufrimiento de la personalidad, pero sí que haya refinación,
fortalecimiento y purificación, para que la personalidad sea digna de
cumplir los propósitos del alma.
Cada vez que nos
preguntamos:”¿ por qué me ocurre esto?”, debemos recordar que la
felicidad, las comodidades, la seguridad y la posición social no
purifican, no fortalecen ni refinan.
Pero ser templado en el fuego a golpes de martillo, eso sí.
COMO SIRVE EL CUERPO A LA CONCIENCIA
Carl Jung presentó el
principio de la sincronicidad para explicar las causas ocultas tras la
coincidencia, el motivo de sucesos que, por lo general, atribuimos al
azar, pero que parecen predestinados por su importancia. Con frecuencia
experimentamos esos sucesos como hallazgos fortuitos: un acontecimiento
casual que nos pone en contacto con oscuras fuentes de una información
que necesitábamos mucho, por ejemplo, o el encontrar un viejo amigo
después de años de separación.
Esotéricamente se enseña
que toda enfermedad, toda herida, toda experiencia de sufri-miento
sirve, en último término, para limpiar y purificar. Aunque no siempre
entendamos con exactitud cómo se produce esto, si recordamos siempre
esta enseñanza podremos comenzar a discernir algunos de los valiosos
servicios que nos prestan nuestras dificultades.
Por ejemplo: una
enfermedad o una lesión pueden proporcionar una puerta a la
ransform.mación. En segundo término, el alma puede elegir una enfermedad
o una lesión, no solo para curar algunos aspectos de la conciencia
individual, sino para curar también un aspecto de la conciencia grupal
más amplia. Cuando ocurre esto, lo que opera es lo que se conoce
esotéricamente como ley del sacrificio. Cuando el sufrimiento de unos
pocos sirve al bienestar o a la mayor conciencia de los más, opera la
ley del sacrificio. Una enfermedad como el Sida es, por cierto, una
demostración de cómo opera esta ley. Creo que toda víctima del Sida se
puede ver desde esta perspectiva, como parte de un gran grupo de almas
dedicadas, en esta encarnación, a expresar la ley del sacrificio,
sufriendo a fin que avance la conciencia humana.
Un tercer modo por el
que podemos beneficiarnos con una enfermedad, una lesión o un malestar
físico se presenta cuando, faltos de sinceridad con nosotros mismos,
tratamos de ignorar una circunstancia penosa en nuestra existencia. Los
problemas del cuerpo pueden actuar como indicadores de nuestras
evasiones psicológicas.
Toda situación difícil
es una prueba; a medida que evolucionamos, lo mismo ocurre con nuestras
pruebas: de situaciones que desafían nuestro valor físico pasamos a
aquellas que someten a examen el valor moral, la integridad personal y
la sinceridad con uno mismo. Ninguna de estas pruebas es fácil. Como
preferiríamos ignorarlas o evitarlas, el malestar físico cumple dos
propósitos: nos advierte que hay un problema sin resolver y hace que, si
intentamos desoír la advertencia, las consecuencias sean lo bastante
dolorosas como para contemporizar. Mediante los mismos síntomas que
manifiesta, el cuerpo puede señalar lo que estamos tratando de negar.
COMO EL CUERPO SIRVE AL ALMA
La vida, nuestra vida, la que elegimos y
diseñamos desde la perspectiva y la sabiduría del alma, nos planta en
un rincón, y nos obliga a elegir, por ejemplo, que una mujer se entregue
por entero a la profesión, o que renuncie para dedicarse a su familia,
aunque su cuerpo corra peligro de no sobrevivir la decisión. La vida nos
planta en un rincón y fija apuestas muy, pero muy altas: vida y muerte,
amor y respeto, nuestros amados hijos o la profunda vocación; luego nos
obliga a elegir.
¿ Y con qué contamos para que nos guíe
en nuestra elección ¿ Por una parte está la presión de las normas
sociales y las propias conformadas por la necesidad y los tiempos en que
vivimos. Por la otra, nuestro corazón nos exhorta:”Esto por sobre todas
las cosas: se leal a ti mismo “.
Esta prueba es la esencia misma de la
existencia en el plano terrestre. Estos aprietos y dilemas, que los
esoteristas llaman “fuego por fricción”, crean presiones con las cuales
pulen nuestros puntos toscos para dejarnos, por fin, puros y brillantes,
aunque no necesariamente en el curso de una sola vida. Se trata de un
proceso largo, muy largo, y mientras nos encontramos inmersos, rara vez
apreciamos sus efectos refinantes. Sólo sabemos que estamos sufriendo y
envidiamos a los que no padecen así, pensando que, de algún modo. Deben
de llevar una vida más correcta, y, por lo tanto, reciben más
bendiciones. Tanto en lo individual como en lo social, ¿no tendemos
acaso a reconocer más crédito espiritual a quienes viven en forma pulcra
y ordenada, y los creemos mejores que nosotros que luchamos con
nuestras diversas aflicciones?
Nos acercaríamos más a la verdad de la
situación si recordáramos que la vida, en este plano terrestre, es un
aula; a medida que uno avanza en la escuela, las tareas se tornan más
complicadas. Todos los grados son necesarios para nuestro desarrollo
último. Cada uno es un desafío cuando estamos en este nivel, pero en
cuanto lo dominamos, debemos pasar al siguiente. Ninguno de nosotros
querría permanecer en segundo grado, una vez aprendido todo lo que tenía
para enseñar. Más tarde, en medio de cada nuevo desafío, olvidamos que
nosotros mismos lo elegimos así.
Tal vez el cuerpo está más en sintonía
que nosotros mismos con nuestras elecciones. Se rebela cuando nos
alejamos demasiado de lo que nos conviene. Y paga el precio por las
tensiones que nuestras elecciones engendran. Al hacer lo que le exigimos
y, paradójicamente, aun en sus rebeldías, el cuerpo es el sirviente del
alma.
Cuando no pude recuperar la movilidad,
después de mi operación de rodilla, aprendí una nueva manera de
relacionarme con mi cuerpo. Como los ejercicios recomendados no me
servían de nada, decidí en cambio tratar mi cuerpo como a un caballo
querido: con suavidad, amabilidad y reconfortándolo. Interrumpí todos
los tratamientos que me resultaban dolorosos, me liberé del enojo y la
impaciencia por el hecho que mi cuerpo no respondía como yo deseaba y lo
toqué sólo con amor. Todo esto requería una disciplina constante, pues
yo siempre había contado con él sin darle importancia, muchas veces lo
obligaba a hacer mi voluntad, aunque respondiera con dolor. Según
adquiría un nuevo respeto y apreciación, tanto por mi cuerpo como por lo
que me enseñaba esa lesión, la rodilla comenzó a curar lentamente.
En San Francisco, el libro de
Kazantzakis, el santo considera el cuerpo físico como un animal de carga
que, no obstante, tiene necesidades propias. Cuando Leo, su compañero,
se avergüenza de admitir que tiene hambre, Francisco lo insta
gentilmente a comer:” Alimenta a tu borrico”.
Alimenta a tu borrico con la comida
adecuada y buen descanso. Trátalo con respeto. Ofrécele amor y gratitud
por todos los servicios que te presta. Y no olvides escuchar con
sabiduría.
ALMAS JÓVENES Y ALMAS VIEJAS
El viaje que nos aleja y
nos regresa a nuestra Fuente es un largo proceso de etapas y ciclos,
cado uno diferente de los otros.
Así como una persona
joven y otra madura asumirán, sin duda, enfoques diferentes del mismo
problema, también el alma que llamamos “joven”, en el Camino hacia
fuera, y el “alma vieja” en el Camino de Retorno, reaccionarán ante
situaciones y condiciones similares de manera notablemente distinta.
Como alma joven que
busca la experiencia necesaria, con frecuencia tendemos a iniciar y
perpetuar las dificultades, mediante una postura combativa o una
empecinada determinación de imponernos. Así debe ser, pues estamos
desarrollando el valor físico y la integridad personal que ejercitamos
por su propio valor, y aprendiendo a defendernos solos.
Ponemos un fuerte acento
en las palabras “yo”, “mío”, “a mí”. Lo que tratamos de alcanzar es,
ante todo, para nuestro yo personal; más tarde esta esfera puede
extenderse a “mi” esposa, “mis” hijos,”mi” familia, “mi“ comunidad,”mi”
país. Ejercemos el poder por el poder mismo y en beneficio personal.
Podemos actuar como soldados heroicamente valerosos, pero como civiles
nos enredamos en problemas con la autoridad, por nuestras reacciones
agresivas ante quien se nos oponga.
Esta perspectiva
egocéntrica de lo que afecta a nuestra vida personal, ya sea el
armamento nuclear o el ladrido del perro vecino, es en un todo adecuada
para el Camino hacia fuera y abre paso al desarrollo subsiguiente.
Después de todo, a fin de practicar la verdadera valentía moral debemos
haber desarrollado primero la valentía física. Y en términos de
desarrollo psicológico, debe existir un yo para poder trascender el yo.
Cuando estamos en el
Camino hacia fuera la vida es muy diferente de cuando nos acercamos al
Punto de Integración, más diferente aun, cuando avanzamos por el Camino
de Retorno. Cualesquiera sean las circunstancias exteriores, en las
primeras etapas del viaje la vida es una aventura caótica y dramática,
que evoca fuertes reacciones físicas y emocionales de todo tipo. Dominar
el cuerpo físico, aumentando su fuerza y perfeccionando sus
habilidades, es una preocupación común. Pero nuestro dominio consciente
de las emociones es muy inferior al que tendremos en un punto posterior
del Camino. Como aún no hemos desarrollado bien las habilidades
mentales, generalmente nos sentimos más felices dedicados a las tareas
físicas que a los emprendimientos intelectuales.
Cuando se llega al Punto
de Integración, ya no se vive mediante la reacción, sino mediante la
acción lograda utilizando el pensamiento racional y el control
consciente. Hemos desarrollado la capacidad de concebir metas y
llevarlas a cabo mediante un planeamiento deliberado. Estamos logrando
ascendiente en la vida, percibimos nuestro poder y eso nos intoxica.
En esta etapa de la
evolución, el reconocimiento nos resulta muy importante. Es en el Punto
de Integración donde tenemos más probabilidades de ser reconocidos por
nuestro poder, logros e influencia. La mayoría de quienes aparecen en
los diarios (políticos, gente de la industria del espectáculo, líderes
de movimientos) están en el Punto de integración y ejercen su gran poder
para el bien o para el mal. En la fuerte personalidad que caracteriza a
quien está en el Punto de Integración hay siempre dos rasgos presentes.
La obstinación y el egocentrismo.
La obstinación es el
convencimiento de que nuestro punto de vista es el adecuado, junto con
una gran decisión de alcanzar nuestros fines. El egocentrismo es la
preocupación por nuestra condición de inigualables y la exigencia de que
otros noten y aprecien esa condición. Con frecuencia, esta exigencia de
ser reconocidos como personas especiales es lo que, tarde o temprano,
provoca las pruebas y las dificultades que acaban por reconciliarnos con
nuestra alma. Y a medida que renunciamos poco a poco a la obstinación y
el egocentrismo, giramos en la esquina de la evolución y comenzamos a
recorrer el Camino de Retorno.
Una vez que se escucha y
atiende la llamada del alma, cambian todas las reglas para vivir. Tras
haber internalizado, con gran esfuerzo, normas y guías para vivir
efectivamente, ahora descubrimos que ya no nos sirven. Esto se debe a
que, en el Camino de Retorno, nuestra tarea ya no es desarrollar la
valentía física, como lo era en el Camino de Afuera, ni pensar,
planificar y ejercer el poder, como en el Punto de Integración. En vez
de trabajar para lograr las metas de la personalidad, debemos utilizar
nuestro poder, valerosa y reflexivamente, para servir al grupo,
guiándonos por el contacto consciente con un Poder Superior.
En el Camino de Retorno
enfrentamos igual número de desafíos, tanto externos como internos; pero
ahora todo problema requiere una solución que tome en cuenta el
bienestar de todos, no sólo el propio bienestar o el de nuestro grupo
personal. Al identificarnos con toda la humanidad, el acento supone un
abarcamiento mayor, que comprende todos los aspectos y no adopte
posiciones dogmáticas a favor ni en contra, por muy noble que pueda ser
la causa. Ahora estamos dispuestos a ceder, a comprender, a perdonar y,
por encima de todo, a servir. Son más importantes las metas del alma que
las de la personalidad.
Desde el Camino hacia
fuera hasta el Punto de Integración y por el Camino de Retorno, la
fórmula de todo el proceso de la evolución humana se podría expresar
así:
Falta de Control – Control Consciente – Rendición Consciente
Reaccionar ante la vida – Actuar en la vida – Servir a la vida
Para quien está en un
punto del Camino, los valores, creencias y actos de otra persona que
esté en un punto diferente pueden parecer incomprensibles y hasta
insostenibles. Sin embargo, una vez que el individuo ha avanzado lo
suficiente por el Camino de Retorno (punto que muy pocos han alcanzado)
se logra la verdadera tolerancia. Así como el adulto acepta que el niño
tiene una comprensión y una capacidad limitadas por su falta de
desarrollo, así la persona que está en un punto avanzado del Camino de
Retorno respeta y honra las actitudes y conductas de otros viajeros, que
aún no han avanzado tanto a través de tantas vidas.
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