LA ESENCIA DEL ZEN


El zen no es una teología, es una religión. 
Una religión sin teología es un fenómeno único. 
Todas las demás religiones existen alrededor del concepto de Dios, cuentan con teología, están centradas en Dios o en el ser humano. 
Para el zen, el hombre es el objetivo, el hombre es el fin en sí mismo. Dios no es algo que esté por encima de la humanidad, sino que Dios es algo oculto en la humanidad. 
El ser humano lleva a Dios en sí mismo como potencial.
Por eso en el zen no existe concepto de Dios.
Ni siquiera es una religión, porque ¿cómo puede haber alguna religión carente del concepto de Dios? Por eso, quienes han sido educados como cristianos, musulmanes, hinduístas o judíos no pueden concebir qué clase de religión es el zen. 
Si no hay Dios entonces es un ateísmo, pero no lo es. Es teísta hasta la médula, pero sin un Dios.

El zen dice que Dios no es extrínseco a la religión, es intrínseco. No está allí, sino aquí. De hecho, para el zen no hay “allí”, sino que todo es aquí. Dios no es entonces, sino ahora… y no hay otro tiempo. No hay otro espacio, ni otro tiempo. Este momento lo es todo. En este momento converge toda la existencia, todo está disponible. 
A Dios no hay que buscarlo, Dios ya es.

La oración es irrelevante en el zen. ¿A quién rezar? No hay ningún Dios en algún sitio en los cielos y controlando la vida y la existencia. No hay controlador alguno. La vida se mueve en una armonía, por sí misma. No hay nadie fuera de ella que le de órdenes. Cuando existe una autoridad externa se crea una especie de esclavitud.
Cuando Dios está por ahí dando órdenes, como mucho puedes llegar a ser un servidor o un esclavo. Pierdes toda dignidad.
No es ese el caso con el zen. El zen te proporciona una tremenda dignidad. No hay ninguna autoridad en ninguna parte. La libertad es completa y fundamental.

Uno puede ser religioso sin un Dios. 
De hecho, ¿cómo se puede ser religioso con un Dios? 
Esta es la pregunta que hace el zen. ¿Cómo puede un ser humano ser religioso teniendo un Dios? Porque Dios destruirá tu libertad, te dominará.
Puedes buscar en el Antiguo Testamento. Ahí Dios dice: “Soy un dios muy celoso, y no puedo tolerar ningún otro dios. Quienes no estén conmigo están contra mí. Y soy un dios muy violento y cruel, y os castigaré, y seréis arrojados a las llamas eternas del infierno”. 
¿Cómo puede nadie ser religioso con un Dios así? 
¿Cómo puedes llegar a ser libre y a florecer? 
Sin libertad no hay florecimiento que valga. 
¿Cómo puedes alcanzar tu manifestación óptima cuando hay un Dios que te confina, condena, forzándote a hacer las cosas de esta o aquella manera, manipulándote?

El zen dice que con Dios, el ser humano es un esclavo; con Dios, el ser humano seguirá siendo un adorador; con Dios el ser humano tendrá miedo. ¿Cómo puedes florecer si tienes miedo? 
Te encogerá, te secarás.
El zen dice que cuando no hay Dios, existe una libertad tremenda, que no hay ninguna autoridad en la existencia. De ahí surge una gran responsabilidad. 
Si estás dominado por alguien, no te puedes sentir responsable. 
La autoridad crea irresponsabilidad; la autoridad provoca resistencia; la autoridad crea reacción en tu interior, rebelión… querrás matar a Dios.
Para vivir sin Dios se necesita mucho coraje, mucha meditación, mucha consciencia.
Para el zen, el ser humano es responsable de sí mismo y del mundo en el que vive. Si existe sufrimiento, entonces eres responsable; no hay nadie más a quien acudir.
Si el mundo es horrible y existe el dolor, entonces nosotros somos los responsables, no hay nadie más.

Cuando no hay Dios te ves remitido a ti mismo. Entonces creces. Debes crecer. Debes hacerte cargo de tu vida; debes tomar las riendas en tus manos. Ahora eres el señor. Deberás estar más alerta y consciente porque serás responsable de todo aquello que suceda. Esto da mucha responsabilidad. 
Uno empieza a estar más alerta, más atento. Uno empieza a vivir de una manera totalmente distinta. Uno se torna más observador. Uno se convierte en testigo.
El más allá esta en tu interior.
En el cristianismo, el más allá está más allá; en el zen, el más allá está en el interior. Así que la cuestión no radica en alzar los ojos al cielo y rezar… eso no tiene ningún sentido porque estás rezándole a un cielo vacío.
La oración no tiene sentido, dice el zen. Sólo la meditación.
Todo lo que necesitas es silenciarte e ir hacia tu interior para hallar el centro. Este centro es también el centro de la existencia. 
Y cuando hayas alcanzado tu núcleo más íntimo, habrás llegado al núcleo más íntimo de la propia existencia. Eso es Dios en el zen.

Uno de los fundamentos del zen es: 
"Se vacío. Mira sin ninguna idea. Mira en la naturaleza de las cosas pero sin ninguna idea, prejuicio ni presunción”.
(Observa, mira las cosas sin juzgarlas, sin etiquetarlas, simplemente obsérvalas tal y como son). 

El zen es sencillo pero difícil a la vez. 
Simple en lo que respecta al zen; es la cosa más simple del mundo, la más simple porque es espontánea, pero muy difícil a causa de nuestras mentes condicionadas, a causa del mundo enloquecido en el que vivimos, en que nos han criado, y que nos ha corrompido
(Estamos acostumbrados a juzgarlo todo, pensarlo todo, razonarlo todo, etiquetarlo todo, esto es bueno, esto es malo, si hago esto me pasará lo otro...Estamos absorbidos completamente por nuestro ego. Y el Zen es tan simple como estar en el Presente; atención en el aquí y ahora, observar, sin juicios mentales). 

Al zen le interesa muchísimo la belleza. Y la belleza es no violencia, amor, y compasión.
El zen es poesía.
El buscador zen mira en la realidad para hallar lo bello; en el canto de los pájaros, en los árboles, en la danza de un pavo real, en las nubes, en los relámpagos, en el mar, en la arena. Intenta buscar la hermosura.
Cuando buscas belleza eres más femenino, estás más interesado por la intuición.
El zen es pasivo. Por eso, en el zen sentarse se convierte en una de las meditaciones más importantes. 
Sólo sentarse… zazen. El zen dice que si simplemente te sientas, sin hacer nada, empiezan a suceder cosas.
Las cosas empiezan a ocurrir por sí mismas; no necesitas ir tras ellas, ni ellas buscarte a ti, ni tú a ellas. Llegan por sí mismas. 
Tú simplemente permaneces sentado. Si puedes sentarte en silencio, si puedes caer en una tremenda quietud, si puedes relajarte, si puedes abandonar todas las tensiones y convertirte en un estanque silencioso de energía, sin ir a ninguna parte, sin buscar nada, "Dios" empieza a verterse en ti. "Dios" viene a ti desde todas partes.
Y recuerda, cuando el zen dice “solo sentarse”, quiere decir sólo sentarse, nada más, ni siquiera un mantra. Si repites un mantra entonces no estás sólo sentado, estás otra vez implicado en algo mental.
En cambio, si no haces nada de nada, los pensamientos llegan y llegan, y luego se van… Si llegan, bien; si no llegan, bien. No te implicas en lo que sucede, estás simplemente sentado. 



El zen no tiene teoría. Es un enfoque no teórico de la realidad. 
No tiene doctrina ni dogma, de ahí que carezca de iglesia, de sacerdotes, de papa. 
Cuando empiezas a hablar sobre la teoría del zen, el zen deja de ser zen. Existe la teoría pero no el zen.
El zen es una experiencia ilimitada, y la teoría está muy limitada.
El zen es más parecido al amor, no puedes definirlo.
Lao-tzu es muy práctico.
Todas las teorías abstractas apartan al hombre de la realidad.
El zen es existencial, no teórico. No dice nada acerca de la verdad, sino que te ofrece la verdad tal cual es. 
Sólo te despierta. Te sacude para despertarte, pero no te ofrece teorías, ni doctrinas, ni escrituras.

En el zen no hay teoría y no puede haber nadie que se denomine un “estudiante” zen.
Un estudiante quiere ser sabedor, acude a un profesor. Un estudiante va al colegio, a la universidad, a un instituto. El zen no tiene estudiantes, tiene maestros y discípulos. Y un maestro no es un profesor, recuérdalo.

El trabajo de un maestro es exactamente el contrario que el del profesor. El profesor te enseña, el profesor te hace aprender muchas cosas. El maestro te ayuda a desaprender.

Y ¿cuál es la diferencia entre un estudiante y un discípulo?
El estudiante quiere saber más, aprender más. El estudiante anhela el Árbol del Conocimiento. El estudiante quiere comerse todas las manzanas posibles (la manzana de Adán y Eva representa el conocimiento, la teoría). 
El estudiante está en un viaje egoico. Es curioso, inquisitivo, pero no está listo para ser transformado.

El estudiante quiere saber acerca de; todo su esfuerzo está dirigido a pensar mejor.

El discípulo es un fenómeno distinto. El discípulo no anhela conocimiento; quiere ver, no saber. Quiere ser. Ha dejado de estar interesado en acumular conocimiento, y lo que más quiere es ser. Su dirección es completamente distinta. Si para tener más, debe deshacerse de todo su conocimiento, está listo. Está preparado para sacrificarlo todo.
El discípulo no es un acaparador; el estudiante sí lo es. Y cuando acaparas, lo guardas todo en la memoria. La memoria no deja de crecer en la mente de un estudiante, pero no es su consciencia.
En el interior de un discípulo, la memoria empieza a desaparecer poco a poco. Ha dejado de cargar con el peso del pasado. Sólo sabe lo esencial. Su conocimiento es utilitario. Pero su consciencia empieza a crecer. Su energía se traslada de la memoria a la consciencia.
El discípulo quiere ser; todo su esfuerzo está dirigido a cómo ser, a cómo regresar a casa, a cómo volver a recuperar esos ojos infantiles, a cómo renacer.
Eso es lo que Jesús quiere decir cuando dice: A menos que vuelvas a nacer, no me comprenderás y no podrás entrar en el reino de los cielos (el reino de "Dios")”.

Un discípulo se ha convertido en un hombre silencioso. Un discípulo sabe que estar en silencio es natural. Escuchar al maestro en silencio. No se trata de escuchar demasiado sus palabras, sino de escuchar su silencio.

Osho 
FUENTE http://caminoaldespertarr.blogspot.com.es

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