Las dimensiones de la Vida

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Las dimensiones de la Vida
La vida tiene dos dimensiones. Una es la horizontal, en la que todos estáis viviendo, en la que todos pedís cada vez más, y más, y más. No es una cuestión de cantidad porque ninguna cantidad os va a satisfacer. La línea horizontal es una línea cuantitativa. Puedes prolongarla indefinidamente. Es como el horizonte, a medida que avanzas, el horizonte retrocede. La distancia entre tú y tu objetivo de más y más, el objetivo de tu deseo, sigue siendo exactamente la misma. Te pasaba lo mismo cuando eras niño, cuando eras joven, y te sigue pasando lo mismo ahora que eres mayor. Seguirá igual hasta tu último suspiro.
La línea horizontal no es más que una ilusión. El horizonte no existe, sólo es una apariencia: allí, a unos kilómetros de distancia, el cielo y la Tierra se juntan. No se juntan en ninguna parte. Y del horizonte sale la línea horizontal; no tiene fin porque el objetivo es ilusorio, no puedes hacerlo realidad. Y tu paciencia es limitada, la duración de tu vida es limitada. Un día te das cuenta de que todo parece inútil, sin sentido: «Estoy esforzándome y torturándome innecesariamente, no llego a ninguna parte.» Entonces, por lo general, surge en ti el polo opuesto: la idea de destruirte. No merece la pena vivir porque la vida promete, pero no cumple sus promesas.
Pero la vida tiene otra línea, la vertical. La línea vertical se mueve en otra dirección completamente diferente.
No estás pidiendo, por eso se te da.
No estás deseando, por eso tienes tantas cosas a tu disposición. No tienes ningún objetivo, por eso estás tan cerca de él.
Como no hay deseo, ni objetivo, ni pregunta, ni petición, no sientes ninguna tensión; estás completamente relajado.
En este estado de relajación uno se encuentra con la existencia. El miedo surge en el momento en que vas a disolver lo último de ti, porque después la situación será irrevocable; no podrás volver.
He contado muchas veces un poema precioso de Rabindranath Tagore. El poeta ha estado buscando a Dios durante millones de vidas. A veces le ha visto, muy lejos, cerca de una estrella, y partía hacia allí; pero para cuando llegaba a la estrella, Dios ya se había ido a otra parte. Pero siguió buscando y buscando, estaba determinado a encontrar el hogar de Dios, y la sorpresa de sorpresas fue que un día llegó a una casa en cuya puerta se leía: «La Casa de Dios.»
Puedes entender el éxtasis que sintió, su alegría. Subió corriendo por las escaleras y en el momento en que iba a llamar a la puerta, de repente, su mano se quedó congelada. Le vino una idea a la cabeza: «Si resulta que ésta es verdaderamente la casa de Dios, entonces se acabó, mi búsqueda se ha terminado. Me he identificado totalmente con mi búsqueda, no sé hacer nada más. Si la puerta se abre y me encuentro frente a Dios, se acabó, la búsqueda habrá terminado. ¿Entonces qué? Me queda por delante una eternidad de aburrimiento, sin diversión, sin descubrimientos, sin nuevos desafíos, porque no puede haber un desafío mayor que Dios.»
Empezó a temblar de miedo, se quitó los zapatos y volvió a bajar los bellos escalones de mármol. Se quitó los zapatos para no hacer ruido, porque temía que si hacía el menor ruido en la escalera…, Dios podría abrir la puerta aunque él no hubiera llamado. A continuación salió disparado, corriendo más deprisa que nunca. Antes pensaba que había estado corriendo todo lo rápido que podía detrás de Dios, pero ese momento, de repente, encontró una energía de la que no disponía anteriormente. Corrió como nunca, sin mirar atrás.
El poema acaba: «Sigo buscando a Dios. Sé donde está su casa, por eso la evito y busco por otros lugares. Es muy divertido, es un gran desafío, y mientras busco, sigo existiendo. Dios es un peligro; yo sería aniquilado. Pero ahora ni siquiera temo a Dios, porque se dónde vive. Por eso, aparte de en su casa, lo busco por todo el Universo. Y en lo profundo se que no busco a Dios; la búsqueda es para nutrir mi ego.»
No es poesía ordinaria, contiene una gran verdad.
Relajado, llega un momento en el que crees que vas a desaparecer y entonces piensas: «quizá esto sea un instinto suicida», y vuelves a tu viejo mundo miserable. Pero el viejo mundo miserable tiene una cosa: protege tu ego, te permite ser.
Las desgracias nutren al ego y por eso se ve tanta gente desgraciada en el mundo. El punto básico y central es el ego.
Marco Herrera B.

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