EL PASADO NO TIENE PODER SOBRE MI

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El pasado no tienen poder sobre mi
El pasado no tienen poder sobre mi
Vivimos condicionados por el pasado, por los mensajes que recibimos de niños y que se han convertido en la carcel de creencias limitantes que nos impiden avanzar. En el post de hoy os traemos un extracto de Louise Hay para superar esas creencias y poder gritar liberados: “El pasado no tienen poder sobre mi”
Es el momento de examinar un poco más nuestro pasado, de echar un vistazo a algunas de esas creencias que han venido rigiéndonos. A algunas personas esta parte del proceso de limpieza se les hace muy dolorosa, pero no tiene por qué serlo. Debemos mirar qué es lo que hay que limpiar antes de poder hacerlo.
Si uno quiere limpiar una habitación a fondo, empezará por revisar todo lo que hay en ella. Habrá algunas cosas que mirará con ternura, y las lustrará o les quitará el polvo para darles una belleza nueva. Con otras, tomará nota de que necesitan una reparación o un retoque.
Habrá algunas que jamás volverán a servirle, y es el momento de deshacerse de ellas.
Lo mismo sucede cuando estamos limpiando nuestra casa mental. No hay necesidad de enojarse porque alguna de las creencias que guardábamos en ella ya no sirva.
Si una idea o una creencia no le sirve, ¡renuncie a ella! Ninguna ley dice que porque una vez haya creído en algo, tiene usted que seguir haciéndolo para siempre.
Veamos, pues, algunas de esas creencias que nos limitan y observemos de dónde vienen.
CREENCIA LIMITATIVA: “Yo no sirvo para nada”.
DE DÓNDE PROVIENE: De un padre que le repitió insistentemente que era un estúpido.
CREENCIA LIMITATIVA: Falta de amor a sí misma.
DE DÓNDE PROVIENE: Del intento de obtener la aprobación del padre.
CREENCIA LIMITATIVA: La vida es peligrosa.
DE DÓNDE PROVIENE: De un padre asustado.
CREENCIA LIMITATIVA: No sirvo…
DE DÓNDE PROVIENE: De sentirse abandonado y descuidado.
Ejercicio: Mensajes negativos
El ejercicio siguiente consiste en apuntar en una hoja grande de papel todas las cosas que sus padres decían que estaban mal en usted. ¿Cuáles eran los mensajes negativos que usted oía? Concédase el tiempo suficiente para recordar tantos como pueda. Por lo general, con una hora está bien.
¿Qué le decían sobre el dinero? ¿Y sobre su cuerpo? ¿Qué le decían del amor y de las relaciones sexuales? ¿Qué le decían sobre su capacidad creadora? ¿Cuáles eran las cosas limitadoras o negativas que le decían?
Si puede, considere objetivamente estos puntos, y dígase: “Conque de ahí es de donde proviene esta creencia”.
Ahora busque otra hoja de papel, para profundizar un poco más. ¿Qué otros mensajes negativos oyó usted de pequeño?
Escríbalos todos, tomándose su tiempo. Esté atento a las sensaciones corporales que vaya teniendo. En esas dos hojas de papel están las ideas que necesita hacer desaparecer de su conciencia. Son esas creencias las que le hacen sentir que no sirve.
Todos llevamos dentro un niño de tres años, y con frecuencia nos pasamos la mayor parte del tiempo gritándole… y después nos preguntamos por que nuestra vida es como es.
De modo que ahora tenemos ante nosotros una lista de los mensajes negativos que oíamos de niños.
¿Qué correspondencia hay entre su lista y lo que siente que está mal en usted? ¿Son casi iguales? Probablemente sí.
Como base del guión de nuestra vida usamos aquellos primeros mensajes. Todos somos niñitos buenos y aceptamos obedientemente lo que “ellos” nos dicen que es verdad.
Sería muy fácil limitarse a culpar a nuestros padres y ser víctimas durante el resto de nuestra vida, pero no sería muy divertido… y ciertamente, no nos sacaría del atolladero.
Culpar a la familia
Echar la culpa a alguien es una de las maneras más seguras de seguir con un problema. Al culpar a otro, renunciamos a nuestro poder. Entender las cosas nos permite distanciarnos del problema y controlar nuestro futuro.
El pasado no se puede cambiar, pero el futuro va siendo configurado por lo que pensamos hoy.
¿Qué sabe usted de la niñez de sus padres, especialmente antes de los diez años? Si todavía le es posible averiguarlo, pregúnteles. Si puede saber algo de cuando ellos eran niños, le será más fácil entender por qué hicieron lo que hicieron. Y ese entendimiento le aportará compasión.
Usted necesita saberlo, por su propia libertad. Porque no puede liberarse mientras no los libere; no puede perdonarse mientras no los perdone. Si les exige perfección, también se la exigirá a sí mismo, y será durante toda su vida un desdichado.
Escuchar a los demás
Cuando éramos pequeños, nuestros hermanos y hermanas mayores eran dioses para nosotros. Y es probable que, si ellos eran desdichados, se desquitaran con nosotros, física o verbalmente.
También es frecuente que los maestros nos hayan influido mucho.
¿Comprendía usted que las pruebas y las notas no servían más que para ver cuánto sabía usted en un momento dado, o era un niño que sentía que lo que medían era su propio valor?
Nuestros compañeros de escuela pueden herirnos profunda y duraderamente con sus burlas.
También los vecinos tienen su influencia, y no sólo por sus observaciones, sino también porque en casa nos reprendían con un: “¿Qué dirán los vecinos?”.
Procure recordar qué otras figuras de autoridad tuvieron influencia en su niñez.
Todos estamos aquí para trascender nuestras primeras limitaciones, sean éstas las que fueren. Estamos aquí para reconocer nuestra propia magnificencia y nuestra divinidad, no importa lo que ellos nos hayan dicho.
“En la infinitud de la vida, donde estoy, todo es perfecto, completo y entero.
El pasado no tiene poder sobre mí porque me dispongo a aprender y a cambiar.
Veo el pasado como algo necesario para llegar a donde hoy estoy.
Me dispongo a empezar, desde donde me encuentro ahora, a limpiar las habitaciones de mi casa mental.
Sé que no importa por dónde comience, y por eso ahora empiezo por las habitaciones más pequeñas y más fáciles, y de esta manera no tardaré en ver los resultados.
Me fascina estar en mitad de esta aventura, porque sé que nunca volveré a pasar por esta experiencia.
Me dispongo a liberarme.
Todo está bien en mi mundo.”
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